Mar 8, 2008

le diable probablement...

Robert Bresson, El diablo probablemente (1977)

Charles, un joven burgés parisino de 20 años aparece muerto en el cementario de Père-Lachais ¿qué sucedió? ¿qué le ha llevado a tal final?... Reflexión sobre la existencia, el vacío que la rodea, la mirada de Charles es una mirada misteriosa, pesimista y fuera de toda esperanza.

Estamos ante el retrato coral de un estado de ánimo generacional. Pero Bresson no pretende tanto el retrato de unos jóvenes post-sesentayochistas ni siquiera un filme sociológico sobre un sector de la juventud -aunque algo de esto queda como telón de fondo- como una particular tesis sobre el fin del mundo a través del camino hacia la autodestrucción de un joven diferente y a la vez del montón. Un filme fatalista y al mismo tiempo inclasificable ¿Es el autor de “Pickcpocket” un pesimista? Si, pero no al modo bergmaniano sino más bien al modo en que lo son otros autores franceses fascinantes, personalísimos e infravalorados como Franju, Becker o Melville. Prefieren plantear interrogantes, penetrar en las heridas, pero sin dar soluciones (como hoy tampoco lo hace el austriaco Michael Haneke). Bresson es en algunos momentos moralista, pero siempre nos quita la certidumbre de cualquier lección ética definitiva. Y de ahí la importancia de su estilo, desnudo, hecho de fueras de campo, desmintiendo a través de la planificación cinemática cualquier posible teatralidad mediante el uso de primeros planos de objetos o de cuerpos humanos, sonidos en off y diálogos melancólicos que, en este caso, pueden sonar hasta ridículamente sentenciosos.
"El diablo probablemente" es argumentalmente una tragedia nihilista, pero no está filmada como tal sino como una odisea personal triste pero a la vez dotada de una extraordinaria vida, la misma vitalidad que desprendían los meticulosos esfuerzos por escapar del protagonista de “Un condenado a muerte se ha escapado”. El realizador no teme irritarnos, pero sus intenciones son siempre precisas como ocurre en esa discursiva sesión de Charles frente a un pedante psicoanalista que, lejos de ayudarle, le proporciona la idea con la que poner fin a su existencia. Bresson, que comenzó siendo un pintor y nunca dejo de serlo admitió temer el uso del color. Aquí lo emplea de modo harto creativo, con una mezcla de belleza y oscuridad. En esta ocasión se vale de un operador de excepción, exportado del mejor cine italiano de los setenta: Pasquale de Santis que se adapta plenamente a la algo funeraria pero a la vez humanísima gama cromática bressoniana, renunciando al preciosismo pero sin caer tampoco en la suciedad, a pesar de lo sórdido de algunos de los personajes que pueblan la trama y de lo incomprensible de muchas de sus acciones, que incluyen el robo de los cepillos de una Iglesia donde van a dormir o continuas separaciones y reencuentros del cuarteto protagonista, Charles, Alberte, Edwige y Michel, el mejor amigo del protagonista y el que con un extraño estoicismo trata de ayudarlo pero no cesa de juzgarlo por su relación con las dos jóvenes.

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